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LA ORACION EN EL HUERTO
Jesús, una vez que salió del Cenáculo, fue "como de costumbre" al monte de los Olivos. No estaba solo; sus discípulos sin entender, le seguían. Por dos veces, al inicio y conclusión del suceso, les dirigió la exhortación que diariamente expresamos en el "Padrenuestro": "Orad para no caer en la tentación". ( ... )
Jesús en la prueba extrema de su vida reza en soledad: "Se alejó de ellos como un tiro de piedra y postrado rezaba".
El contenido de la oración es filial; tiende en el desgarramiento interior a acoger la voluntad del Padre, fiel aun en la angustia por todo lo que va a suceder: "¡Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz! Pero no se haga mi voluntad sino la tuya ".
Y Jesús entra en un sufrimiento que envuelve en forma dramática toda su persona: "Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra". Pero su oración se hizo "más intensa".
Contemplemos a Jesús en el dolor físico en el desgarrador sufrimiento sicológico y moral, en el abandono y en la soledad, pero en oración, en el esfuerzo por adherirse en fidelidad total al Padre. Tenemos un empeño concreto: interpretar nuestro sufrimiento a la luz del sufrimiento de Jesús, experto en el padecimiento y en la compasión; y orar, orar más.
Oración en el secreto de nuestra habitación; oración de ofrecimiento de nuestro trabajo; oración de escucha y de meditación de la Palabra de Dios; oración en familia mediante el santo rosario; oración litúrgica, fuente y culmen de nuestra vida interior.

LA FLAGELACION DEL SEÑOR
El Evangelista San Lucas subraya hasta tres veces las torturas a las que fue sometido Jesús antes de sufrir la pena capital.
En primer lugar, antes de comparecer ante el Sanedrín: "Los hombres que lo tenían preso se burlaban de Él y lo golpeaban, y cubriéndolo, con un velo le preguntaban "¡Adivina!" ¿Quién es el que te ha pegado? "Y le insultaban diciéndole otras muchas cosas" (Lc 22, 63, 65).
También en el encuentro con Herodes Antipas se repite una escena análoga (Lc 23, 11).
Y ante Pilato, por tercera vez, Lucas hace notar: "Pilato dijo: Así que lo castigaré y lo soltaré".
San Marcos describe este castigo: "Pilato, entonces, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás y entregó a Jesús, después de azotarlo, para crucificarlo" (Mc 15, 15).
La flagellatio romana era el suplicio reservado a los esclavos y a los condenados a muerte. Sus efectos eran terribles: con frecuencia el que la sufría quedaba exánime bajo los golpes.
Jesús no quiso ahorrarse ni siquiera este atroz sufrimiento: lo afronto por nosotros.
Nos sentimos invitados a hacer discípulos de Jesús sufriente. Él rezó por nosotros incluso con su propio cuerpo, sometiéndolo a sufrimientos indecibles, adhiriéndose así al designio del Padre. Hizo don de Sí mismo al Padre y a los hombres manifestándonos a toda la insondable miseria humana y la extraordinaria posibilidad de renovación y salvación, que Él nos ha dado.
A ejemplo de Jesús, también nosotros hemos de rezar con nuestro cuerpo. Esas opciones nuestras que implican comportamientos comprometidos y difíciles, se convierten en oración y sacrificio que ofrecer a Dios en unión redentora con los "sufrimientos de Cristo" (Col 1, 24).

LA CORONACION DE ESPINAS
"Los soldados escribe Marcos a quien siguen Mateo y Juan le llevaron dentro del palacio, es decir, al pretorio y llaman a toda la cohorte. Le visten de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñen. Y se pusieron a saludarle: "¡Salve, Rey de los judíos!". Y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y, doblando las rodillas, se postraban ante Él" (Mc 15, 16, 19; Cf. Mt 27, 27, 30; Jn 19, 2, 3).
Estamos ante una imagen de dolor, que evoca todas las locuras homicidas todos los sadismos de la historia. También Jesús ha querido estar en manos de la maldad, a menudo dramáticamente cruel, de los hombres.
Juan nos lleva a transformar nuestra contemplación en oración... "Volvió escribe a salir Pilato y les dijo: "Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en Él". Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Díceles Pilato: "Aquí tenéis al hombre" (Jn 19,4, 5).
En realidad aquel Hombre es el Hijo de Dios que, mediante un sufrimiento inefable, lleva a cumplimiento el plan salvífico del Padre. (...) Desde aquel día toda generación humana está llamada a pronunciarse ante aquel "Hombre" coronado de espinas. Nadie puede permanecer neutral. Es necesario pronunciarse. Y no sólo con las palabras, sino con la vida.
El cristiano acepta en su cabeza la corona de espinas cuando sabe mortificar sus arrogancias, su orgullo, las distintas formas de utilitarismo y hedonismo, que acaban destruyéndolo como persona y, a menudo, lo induce a ser cruel con los demás.
Nuestro Rey, el Hombre? Dios, está ante nosotros: Él nos da un corazón nuevo para poder vivir nuestros malestares, nuestro sufrimiento de forma salvífica, por amor a Él y a nuestros hermanos.

JESUS CON LA CRUZ A CUESTAS CAMINO DEL CALVARIO
San Lucas escribe: "Los sumos sacerdotes, las autoridades y el pueblo... pedían que le crucificara... Pilato se lo entregó a su voluntad" (Lc 23, 13, 23, 25).
A lo largo de la vía dolorosa, el Evangelista San Lucas nos ofrece modelos que nos enseñan a vivir cada día, la pasión de Jesús como itinerario hacia la resurrección.
El primer ejemplo lo constituye Simón de Cirene, que "venia del campo y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús" (Lc 23, 26). No es relevante sólo el hecho de llevar la cruz. Muchísimas personas sufren dramáticamente en el mundo: cada pueblo, cada familia tiene sobre sus propias espaldas dolores y fardos que llevar. Lo que da plenitud de significado a la cruz es llevarla detrás de Jesús, no en un camino de angustiosa soledad o de rebelión, sino en un camino sostenido y vivificado por la presencia divina del Señor.
El segundo ejemplo nos lo da la "gran multitud de pueblo y mujeres que se dolían y lamentaban por Él" (Lc 23, 27). No basta compartir con palabras compasivas o con lágrimas; es necesario tomar conciencia de la propia responsabilidad en el drama del dolor, especialmente en el del inocente. Esto induce a asumir la parte propia para dar una contribución eficaz en el alivio.
Que el doloroso camino de Jesús, el Vía Crucis, sea para nosotros una preciosa llamada a reconocer el valor de nuestros sufrimientos; una enseñanza que no se esquive con pretextos oportunistas o inútiles mixtificaciones; un estímulo a hacer de él, por el contrario, un don a Aquel que nos ha amado, con la certeza de que así se establece una nueva cultura del amor y se colabora a la acción divina de la salvación.

JESUS MUERE EN LA CRUZ
"Era ya cerca de la hora sexta cuando al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre la tierra" (Lc 23, 44).
San Lucas nos introduce en la contemplación de Jesús en oración: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34). Es la más sublime escuela de amor: en el dolor, Jesús trata de excusar a quien le hace sufrir y corresponde al mal con el bien. ( ... )
Los Evangelistas captan los personajes de la crucifixión en sus actitudes contrastantes.
"Los jefes" y "los soldados" (Lc 23, 32, 39), desilusionados en sus expectativas, se mofan de Jesús. El pueblo, sin embargo, "miraba" (Lc 23, 35). También los dos "malhechores" (Lc 23, 32, 39) revelan actitudes contradictorias. Mientras uno le insulta, el otro testifica una extraordinaria experiencia de reconciliación: reconoce la propia condición de pecador, que lo diferencia radicalmente de aquel que sufre junto a él ("En cambio, éste nada malo ha hecho": Lc 23, 41) y se confía plenamente al amor de Jesús.
San Juan nos presenta asimismo a María al pie de la cruz: Mujer de dolor, ofrecido por amor; Mujer del don y de la acogida; Madre de Jesús; Madre de la Iglesia; Madre de todos los hombres.
Había también otras mujeres junto a la cruz, pero Jesús "viendo a la madre y allí junto a ella al discípulo que amaba" (Jn 19, 26), prorrumpe en una expresión de resonancias espirituales profundísimas: "Mujer, ahí tienes a tu hijo "Ahí tienes a tu madre" (Jn 19, 26, 27). En Juan cada hombre se descubre hijo de Aquella que ha dado al mundo al Hijo de Dios. ( ... ) Ante el misterio de Cristo que muere para salvamos, también nosotros decimos: Verdaderamente este hombre es el Hijo de Dios (Cf. Mc 15, 39).

De la catequesis de Juan Pablo II


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